
En la MomoCon de este año, los miembros del equipo narrativo presidieron un panel en el que explicaron los fundamentos del diseño narrativo en Guild Wars 2. Con la colaboración del público, crearon un concepto básico para Vikki y su moa, Momo, a los que podéis conocer con mayor profundidad en los capítulos uno y dos de su historia.
Además de ayudar a crear el concepto del personaje para Vikki, los jugadores votaron qué lugares querrían que visitasen. El voto ganador fue el Dominio de los Vientos, hogar de los tengu insulares.
Acabábamos de llegar hasta el punto de ruta cerca del mercado Mabon cuando me di cuenta de que Momo estaba cojeando.
La llevé hasta el gran puente que conectaba la puerta de tengu con el continente, mientras me notaba el estómago algo revuelto. No se la veía aletargada ni apática, pero se apoyaba más en una pierna. Me dije que, seguramente, se le habría clavado una piedra (algo que, en sí, no era preocupante), pero mi mente se dispuso a ofrecerme montones de posibilidades espantosas.
Mientras la examinaba, un mercader tengu pasó por delante de nosotros armando ruido, tirando de un carrito y con una pequeña manada de moas. Momo estiró la correa, dirigiéndose hacia ellos gorjeando, y me las vi negras para conseguir que se quedara quieta. Pensé que lo mismo no había hecho un trabajo tan estelar entrenándola…
Me senté y apoyé su pata en mi regazo. Tenía como unas escamas metálicas pegadas en la parte inferior de los dedos y algo puntiagudo me pinchó cuando pasé el pulgar para quitarlas. Me agaché para ver qué era… ¿Alambres? Quizá pisó algo mientras estábamos en la subasta de chatarra.
Momo silbó angustiada. “Sé que odias que te toquen las patas”, dije, “pero dame un minuto”.
Los alambres eran demasiado cortos para sacarlos con los dedos, pero no tenía pinzas ni ninguna herramienta delicada. Intenté usar las uñas para agarrarlas y estiré para sacarlas. Pobre Momo… ¡estaban muy metidas!
Momo tiraba de la pierna para intentar apartarla, así que tuve que darme prisa, antes de que se cansase y se negase a quedarse quieta. “Shhh, ya casi está…”
Estiré con fuerza, lo cual provocó tres cosas: saqué los alambres, me caí hacia atrás y mis gafas salieron volando ruidosamente. Momo soltó un graznido y me hizo sentir como si una flecha de culpa me atravesase el corazón.
“¡Momo!” Toqué el suelo con las manos, inquietamente. ¿Dónde están mis gafas? Todo estaba borroso… y vi a una mancha rosa tambaleando por el puente, cada vez más pequeña. “¡Momo, vuelve!”
Tardé un poco en encontrar mis gafas; Momo no podía estar muy lejos. Aun así… el único lugar al que podría haberse ido era el Dominio de los Vientos. Había oído que, durante el ataque en Arco del León, los tengu disparaban despiadadamente a cualquiera que se acercarse a la puerta. ¿Herirían a una moa indefensa? Me puse las gafas y empecé a correr.
Los laterales del puente eran demasiado altos para que Momo hubiese saltado por encima hacia el agua, pero tampoco la vi caminando por el muro. Pero sí que vi a dos guardias tengu, que pararon su conversación en cuanto me vieron y se pusieron en posición de defensa.
“Moa”, jadeé, mientras intentaba parar. “Rosa”.
Los tengu intercambiaron una mirada. Uno era flaco y llevaba puesta una túnica azul. El otro iba de marrón y parecía más mayor. “Ni un paso más”, exclamó el flaco. “¿Para qué nos quieres?”
Cogí aire y volví a intentarlo. “Mi moa rosa. No la encuentro. Corrió en esta dirección y…”. Levanté la cabeza para ver si la encontraba escondida en uno de los matorrales floreados, o por si había decidido correr por la franja costera cerca de la puerta. Nada.
La puerta me llamó la atención y no pude evitar mirar hacia arriba… y más arriba… y más. Me mareé. Sentí que estaba respirando más fuerte, como si el gran tamaño de la puerta hubiese absorbido todo el ruido a mi alrededor. Era como esos cubos en Rata Sum: hermosos, pero demasiado grandes. Monstruosamente grandes.
“¿Tu moa?”, dijo el flaco, captando de nuevo mi atención.
“Sí. ¿La habéis visto? Es como su arco de alta, de color rosa eléctrico y lleva un collar de pinchos. Se llama Momo y es mi…”.
El tengu más mayor levantó la mano en forma de garra. “No hemos visto a tu moa”.
“Pero tiene que haber venido por aquí”. No había motivo para que me mintiesen, pero… “La perdí allá, al otro lado del puente”.
“No hemos visto a tu moa”, repitió el tengu, erizando las plumas de la cabeza. “Sigue tu camino, por favor”.
“Pero…”
El tengu flaco volteó a verme. “Creo que he visto a tu moa”.
“Hayato”, dijo el más anciano, y supe que era una advertencia en cuanto lo oí.
“Había uno o dos moas rosas en la manada del mercader”.
Me dio un vuelco el estómago. “¡Debe de haberse mezclado con los otros! Se los ruego, no quiero imponer, pero Momo es todo lo que tengo, de verdad. No me lo perdonaría si la llegase a perder”.
Los tengu juntaron las cabezas y se pusieron a discutir en susurros.
“Va, venga”, oí que el que se llamaba Hayato decía. “Sin duda es su mascota”.
El otro guardia se dio la vuelta y dijo: “Pues haz lo que quieras, pero no cuentes conmigo”.
Hayato se acercó a mí. “No conviene dejar a un animal extraño en el nido. Dices que lleva un collar de pinchos, ¿verdad?”
“Sí”. Había una tensión extraña en el aire, pero estaba demasiado preocupada para siquiera asustarme. “Y protecciones en los tobillos”.
“¿Puedes ver sin esos visores oculares?”
“¿Mis gafas? No, la verdad es que no muy bien”.
“Ve al punto de ruta y quítatelas, por favor. Y date la vuelta. Y espera”.
Asentí, respirando hondo. Me di la vuelta y caminé por el puente.
Cuando llegué al punto de ruta, me quité las gafas y esperé. Era difícil no darme la vuelta, pero la vida de Momo dependía de que yo hiciese exactamente lo que Hayato decía. No estoy segura de cuánto tiempo pasó, pero fue el suficiente como para que hubiese empezado a apoyarme sobre una piedra cuando oí un “¡Hola!”.
Me giré y un borrón azul y un borrón rosa venían hacia mí. Oí a Momo piar y justo me acordé de ponerme las gafas antes de salir corriendo hacia ella.
“¡Gracias, gracias!”. Hundí mi cara en las plumas de Momo. Ella me mordisqueó el pelo, en absoluto molesta. “Siento muchísimo las molestias ocasionadas. ¡No sé cómo agradecértelo!”
Hayato se acercó a nosotras y se puso de cuclillas y le acarició a Momo debajo del pico. “Puedes agradecérmelo evitando acercarte tanto a esta puerta”.
Aunque no sé cómo leer la expresión de un tengu, el tono era extremadamente serio. Me di cuenta de que había hecho algo grandioso por mí y me sentí como si volviese a estar a los pies de la puerta, con todo el ruido ensordecido.
“Lo entiendo”. Tragué saliva. “Gracias”.
“Y prométeme”, dijo Hayato irónicamente mientras se alejaba, “que nunca inventarás nada que permita que los moas hablen”.
Capítulo cuatro:
por Vikki el 31 de octubre de 2016

En la MomoCon de este año, los miembros del equipo narrativo presidieron un panel en el que explicaron los fundamentos del diseño narrativo en Guild Wars 2. Con la colaboración del público, crearon un concepto básico para Vikki y su moa, Momo, a los que podéis conocer con mayor profundidad en los capítulos uno, dos y tres de su historia.
El crepúsculo ya había caído para cuando cruzamos la frontera krytense, lo que frustró mis planes de dejar que Momo correteara por ahí un rato. También implicó que llegáramos hasta Shaemoor sin darnos cuenta de que algo se escurría entre los árboles detrás de nosotros.
Me agaché en el camino para darle una manzana a Momo y aproveché la ocasión para echar un vistazo alrededor. Al no ver nada, me puse a mirar a Momo. Tras destrozar su aperitivo, silbó y se agitó nerviosamente. Sea lo que sea lo que había ahí detrás dejó de moverse cuando nosotras lo hicimos.
Quería pensar que solo nos habíamos asustado por la festividad. Se supone que Arco del León es el sitio al que el espíritu del rey Oswald Thorn regresa cada año para aparecerse en Kryta, pero el resto del reino también estaba de ese humor. Habíamos pasado por espantapájaros con cabezas de calabaza podridas por el camino, habíamos visto a gente con disfraces raros deambulando por los campos y me habían dado un folleto para un espectáculo de Halloween. “No toques las puertas de desconocidos”, me advirtió un tabernero. “Podrían aparecer de repente en cualquier parte”.
Pero había muchas cosas de las que asustarse en la campiña krytense en cualquier época del año. Como de los skelks. O los bandidos. Le metí prisa a Momo.

Un explorador me señaló hacia un rancho de moas. Era muy pequeño, pero sus aves parecían estar de buen humor y el personal las estaba devolviendo al redil cuando llegamos Momo y yo. Mepi, el dueño del rancho, se detuvo a hablar conmigo en la puerta. Le expliqué por qué habíamos venido y me disculpé por llegar tan tarde.
“Le echaré un vistazo por la mañana”, dijo Mepi. “¿Tenéis algún sitio en el que quedaros?”.
“No”, admití.
“Bueno, ¿por qué no entráis? No es nada del otro mundo, pero al menos tendréis un techo. Sacaremos el colchón de paja y tú podrás comer con Cassie y conmigo”.
Era una oferta muy generosa. Los rancheros krytenses no tenían gran cosa, salvo aquello que ellos mismos hacían, y yo era una desconocida. Con todo, la idea de pasar la noche allí me indispuso un poco. ¿Qué podría decir si intentaran hacer algo amable por mí para ser educada? ¿Y si cometía un error y hacía un desastre en su casa? ¿Y si servían carne de moa para cenar?
“Es muy amable por tu parte, pero Momo se pone nerviosa en lugares nuevos”. Me sujeté las manos para mantenerlas firmes. “¿Supondría mucho problema que me quedara con ella en el establo?”.
Mepi se frotó el mentón. “No lo sé. Hemos tenido muchos problemas con los bandidos, aunque últimamente no salen mucho de noche. Es esa época del año… pero supongo que, mientras estés con los moas, no te pasará nada”.
“¿Qué quieres decir?”, pregunté.
“Basta con que no os mováis de allí”. Mepi se encaminó hacia su casa. “Te traeré una manta.”
Me eché la manta sobre los hombros y me hice un huequecito en el establo con Momo. Se revolvió un poco, me acicaló el pelo y, luego, se acurrucó en torno a mí. Me recosté sobre ella. No hace nada mal de almohada… Luego, apoyé los pies en la mochila.
Algo rebotó en mi regazo, lo que me sacudió enseguida. Unos ojos verdes brillantes me observaban, unas pequeñas zarpas me presionaban el estómago y un ronroneo me acariciaba los oídos. “Oh”, exhalé. “Pero si solo eres un gatito…”.
El gatito negro me acarició el mentón con el hocico y se buscó un hueco entre mis piernas. Momo abrió un ojo solo para mostrar su total ausencia de sorpresa y me volví a relajar. No estaba nada mal. La hierba desprendía un olor dulce, los moas gorjeaban alegremente no muy lejos de nosotras y las ventanas de la casa de Mepi brillaban con una suave luz dorada. Había dormido en sitios mucho peores durante la universidad.
Con una mano bajo el mentón del gato, cerré los ojos.

Soñé que me caía por un cielo estrellado y, debajo, se arremolinaba un miasma verde. Cuando se rompió, estaba al aire libre. Debajo de mí se extendían un paisaje vasto y retorcido de roca negra, árboles combados y estériles y fuegos extraños. Una senda rota se abría paso hasta un cementerio con un mausoleo solitario, que se alzaba sobre una aguja de piedra, en el centro. Oí risas y gritos y, según me iba acercando a toda velocidad, vi que el laberinto estaba lleno de gente. Todos corrían, luchaban y bailaban por ahí. Bueno, no solo gente… También criaturas. Por encima de todo ese caos, la luna acechaba con una sonrisa.
Cerré bien los ojos. Cuando los abrí, me hallaba sobre un acantilado oteando el laberinto. Más gente se arremolinaba en torno a mí, entrando y saliendo de una puerta que se abría al vacío estelar. Eran terroríficos y un poco irreales: una humana con un vestido de terciopelo encorsetado; un sylvari con cuernos y alas de murciélago correosas y enormes; otro asura que llevaba una fogosa máscara de cabeza de calabaza… Todos llevaban armas. Algunos caminaban hasta el borde del acantilado, se quedaban sobre un sello y desaparecían con una ráfaga de viento.
Momo estaba cerca, examinando una gran jícara. Justo cuando me dirigía hacia ella, una voz brusca dijo: “Vaya, vaya. ¿Qué será?”.
Me di media vuelta. Sobre una plataforma pétrea elevada junto al borde del acantilado se encontraba un charr apoyado en un báculo. Estaba vestido con un sudario deteriorado, con los ojos vendados, cubierto de cadenas y con los cuernos aserrados. O al menos, parecía un charr… Su cola brillaba como un ascua encendida.
“¿Yo?”, chillé.
El charr extendió su báculo. Una linterna verde brillante sujetada por una mano esquelética oscilaba en el extremo. “Tú. ¿Puedes escalar la torre del reloj? ¿Te interesaría unirte al desfile de muerte del laberinto?”.
Me protegí los ojos y recuperé la voz. “Ni lo uno ni lo otro, la verdad”.
Se puso a cuatro patas, estiró su larguísimo cuello hacia mí y olfateó. “¿No sientes ni un poquito de curiosidad?”.
El laberinto era demasiado grande y había demasiados gritos y risas. Toda la gente que transitaba por allí era peligrosa y poderosa. Me sentí totalmente perdida.
“No, gracias”. Me froté los brazos. “Solo me gustaría volver al lugar del que he venido”.
El charr me enseñó los dientes. “Corre, pues”, exclamó. “Corre hacia el lugar del que partiste”.
Hui hacia la puerta y arrastré a Momo conmigo. De haber tenido suficiente fuerza, la habría llevado a cuestas. Esta vez, cuando me caí en la noche estrellada, solo sentí alivio.
Cuando me desperté, mi corazón seguía acelerado. El gato se había ido y, ahora, tenía frío en las piernas. Momo se quedó dormida rápido, como el resto de los moas. No escuché ni pío. Me quedé muy quieta e intenté tranquilizarme.
Me centré tanto en autoconvencerme de que mi imaginación estaba trabajando de más que no podía creer lo que veían mis ojos cuando un trozo de sombra se desprendió de la pared trasera del establo y se arrastró hacia mí.
Eso no está pasando, pensé, mientras fingía respirar con normalidad. No está pasando.
Algo me levantó el pie. Oí un tintineo y el más suave de los crujidos.
Algo se movía dentro de mi mochila.
Capítulo cinco:
por Vikki el 01 de diciembre de 2016

En la MomoCon de este año, los miembros del equipo narrativo presidieron un panel en el que explicaron los fundamentos del diseño narrativo en Guild Wars 2. Con la colaboración del público, crearon un concepto básico para Vikki y su moa, Momo, a los que podéis conocer con mayor profundidad en los capítulos uno, dos, tres y cuatro de su historia.
En septiembre, hicimos un llamamiento a la comunidad en el Tumblr oficial de Guild Wars 2 pidiéndole a los jugadores que nos enviaran los perfiles de sus propios personajes. Iremos seleccionando personajes de jugadores reales en este y futuros episodios a medida que los necesitemos para desempeñar pequeños papeles en la historia. ¡Os agradecemos a todos la increíble respuesta que nos habéis dado!
Aparte de una manzana, no faltaba nada en mi bolsa cuando me desperté. Descubrí a la culpable de eso cuando pillé a Momo haciéndose la dormida junto al corazón a medio comer, pero estaba segura de que ella habría estado dormida cuando alguien rebuscó entre mi mochila. ¿A lo mejor estaba yo dormida? Puede que fuera una pesadilla que aún seguía en mi cabeza.
Aún no me sentía despejada del todo cuando dejé a Momo en el rancho de Mepi por el resto del día. “La examinaré detenidamente”, dijo Mepi. “¿Por qué no vas a estirar las piernas mientras tanto?”
No habría sido educado ni productivo decirle No, gracias, prefiero quedarme aquí y preocuparme, así que levanté las orejas e intenté parecer más animada. “¡Claro! ¿Qué me recomiendas?”
“El Manzanar de Eda está no muy lejos de aquí, y hay gente a la que le gusta ir a mirar la presa. Si no te importa caminar, por supuesto, también tienes la ciudad.”
No me importaba caminar. La gente que no es asura suele deambular por Rata Sum con ojos como platos, maravillándose con los cubos que flotan entre las nubes. Los hologramas y los gólems les deben de parecer pura magia a algunos de ellos. Pensé que Linde de la Divinidad sería tan pintoresca y rústica como Shaemoor.
En cuanto traspasé sus puertas, me di cuenta de que habían construido la ciudad humana para albergar a cientos de miles de personas, la mayoría de las cuales me sacaban como mínimo un metro de alto. En cada avenida podría caber una manada entera de moas puestos hombro con hombro y me entraron sudores fríos de pensar en los andamios que debieron de necesitar para construir tantas torres y arcos enormes sin usar tecnología de levitación.
Deambulé por las calles de piedra y al entrar en el primer recibidor que vi, ahogué un grito. Las paredes estaban hechas de cristal iluminado por dentro y había peces detrás de ellas nadando por ahí. Si me hubiera traído a Momo conmigo, se habría vuelto completamente loca. Era un lugar fresco y pacífico, y me habría quedado mucho más rato de no haber estado en medio del tráfico de peatones.

Más allá del recibidor del acuario había un jardín extenso. Setos esculpidos delineaban las aceras y pilares cubiertos de enredaderas florecidas se alzaban hasta un techo abovedado de cristal. Suspendido de ese techo había un enorme modelo planetario de metal bruñido. Su luna creciente mostraba una sonrisa y todo el artilugio chirriaba apaciblemente mientras rotaba. La tecnología asura puede ser impresionante, pero parecía que los humanos valoraban la belleza más que la funcionalidad.
Por desgracia, no me pareció el tipo de jardín en el que puedes acurrucarte y echarte una cabezadita. No había descansado muy bien, así que me apetecía mucho una taza de café fuerte.
Un sylvari con armadura azul y blanca se encontraba de pie cerca de mí, así que le pregunté dónde podía conseguir uno. Era enorme, pero tenía una cara amistosa. Mejor que eso, tenía sobre su hombro un animalito que le toqueteaba su nariz bigotuda. Al reírme, se escabulló dentro de la bolsa del sylvari.
Se presentó como Issandür. “La manera más fácil de recordar dónde estás”, me dijo, “es recordar los nombres de los seis dioses de los humanos. La ciudad está dividida entre ellos”.
“Melandru, Dwayna, Kormir, Lyssa, Grenth y… ¿Bathazar?”. Podía visualizarlos vagamente. Puede que al entrar pasara al lado de la estatua de Dwayna.
Sonrió. “Balthazar, y sí. Si buscas café, deberías probar en el Barrio de Ossa. Toma el Camino Alto de Grenth y después el camino que baja a mano izquierda.”
El Camino Alto de Grenth llegaba hasta las murallas de piedra de la ciudad. Hasta la puerta tengu era más pequeña. Me mareé; si algo así de grande se cayera hacia dentro, mataría a todos los que estuvieran debajo. Al final había otra estatua de un dios, un sacerdote humano y una mujer norn apoyándose en la pared… pero no quería acercarme más.
Me entró un escalofrío. Sería mucho mejor ver las vistas del resto de la ciudad, pero había cornisas altas a cada lado del camino. Salté para agarrarme al borde de una, metí los dedos de los pies entre los ladrillos y me aupé.
La ciudad se extendía como un enorme cañón, con casas de techo inclinado sobresaliendo como rocas debajo y calles abriéndose paso entre ellas como ríos y riachuelos. Cientos de pájaros blancos pasaron volando de un extremo a otro. ¿Les haría falta salir de una ciudad tan grande para conseguir comida o construir nidos? Tal vez pensasen que esto era el mundo entero.
Me senté y me abracé las piernas. La cornisa era lo bastante amplia como para no tener que preocuparme de caerme. Justo debajo de mí había humanos deambulando por un patio lleno de elaborados edificios de piedra y… Oh. Lápidas. ¿Enterraban a sus muertos dentro de la ciudad?
La mujer norn que antes se apoyaba contra la pared se acercó y apoyó su pie contra la cornisa. Para ella era del tamaño de un taburete escalera. “¿Qué hay en el cementerio?”
Tardé un momento en darme cuenta de que me hablaba a mí. “Oh, nada en particular.” Pensé que podía ser grosero mirar a gente visitando tumbas. “Tan solo me he parado a sentarme un rato.”
Estaba sentada bajo su sombra, lo que me dio otro escalofrío. Miré hacia arriba. Tenía una cara redonda y pecosa, con ojos de un azul intenso y pelo cobrizo en una trenza que de largo era unas tres veces mi altura. Su piel pálida estaba un poco roja por el viento y se abrigaba con pelaje negro y cuero.

Me miraba como un gato mirando a un bicho. De pronto, la cornisa ya no me parecía lo bastante amplia. Había oído que había bandidos humanos incluso en la ciudad, pero…
“Eh, disculpe.” Mis manos estaban asquerosas y sudorosas. Intenté disimular cuando me las limpié con los pantalones. “Es que… soy nueva aquí, y es todo tan grande que estoy algo nerviosa. ¿Puedo ayudarla?”
Se sentó a mi lado y me sonrió. “Creo que sí.”
Me relajé y sonreí también. Oh, solo quería charlar. Me pregunté si resultaba igual de complicado ser tan alta en Linde de la Divinidad como lo era ser tan pequeña como yo. Abrí mi boca para preguntárselo, esperando romper así el hielo, pero entonces ella me agarró de la muñeca.
“Eh.” Mi voz falló como cuando intento pedir ayuda en un mal sueño. Su mano era tan grande como todo mi antebrazo y ella era tan fuerte que no podía ni moverlo.
La norn se inclinó hacia mí. “¿Por qué no nos presentamos?”, dijo con voz suave y todavía sonriendo. “Puedes empezar diciéndome de qué conoces a Tonni. Entonces, te diré qué necesito que hagas.”
Capítulo seis:
por Vikki el 12 de enero de 2017

En la MomoCon del año pasado, los miembros del equipo narrativo presidieron un panel en el que explicaron los fundamentos del diseño narrativo en Guild Wars 2. Con la colaboración del público, crearon un concepto básico para Vikki y su moa, Momo, quienes dejaron Rata Sum para explorar más Tyria. Podéis leer todo sobre ellas en los capítulos anteriores de su historia.
“Suéltame”, le dije.
En un acto reflejo, miré por encima de mi hombro y me mareé al ver la caída hacia Linde de la Divinidad. Las agujas más altas del cementerio estaban a seis metros de distancia como mínimo, y el patio de dura piedra a casi quince. Me imaginé lo que pasaría si la mujer norn me soltara la muñeca de repente, haciéndome perder el equilibrio. O si me empujara…
“Oye”, dije con algo que sonó como un chillido. “¿Podrías dejarme bajar de la cornisa primero?”
“Creo que no necesitas preocuparte por eso.” Aún, implicaba su suave voz. “Lo único que necesito es que contestes a mis preguntas. Hasta que lo hagas, no nos moveremos de aquí.”
No me hacía daño, pero la manera en que me agarraba era como tener mi muñeca atrapada en el brazalete de un esfigmomanómetro. No intenté liberarme. El sacerdote seguía cerca, pero si gritaba o montaba una escena, no creo que él llegara a tiempo antes de que la norn hiciera algo horrible. Aunque consiguiera soltarme, ella me alcanzaría en segundos. Mi mejor opción era quedarme quieta y esperar una oportunidad.
Tonni debía de haberla enviado. Puede que se hubiera arrepentido de haberme comprado la M.A.S.C.O.T.A. O tal vez, pensé de manera poco caritativa, tan solo se arrepiente de haber tenido que pagar. Sabía que ella era una mujer de éxito, pero no que tuviera sicarios que le hicieran el trabajo sucio.
“No hacía falta que me agarraras así”, le dije. “Podrías haberme preguntado y ya está. Tonni me hizo una oferta y yo la acepté. ¿Qué quiere ella ahora?”
La norn arqueó las cejas. “Pero os separasteis de manera poco amistosa, ¿verdad?”
“¡No!” Noté cómo se me calentaba la cara. Yo nunca le había hecho nada a Tonni, pero ella siempre se aseguraba de hacerme sentir miserable. “Dile que puede hacer lo que quiera con el dispositivo. Ya me da igual. Pero fue ella quien dijo que estaba roto. Sabía en qué se estaba dejando el dinero.”
Aflojó un poco el puño y entrecerró los ojos. “¿El dispositivo está roto?”
“No… No lo sé. Cuando lo probé delante de ella, me dio una lectura que no esperaba.”
Volvió a apretar los dedos. “¿Que lo probaste?
“¡Le hice una demostración!” Un pájaro salió volando del tejado de piedra más cercano, batiendo sus alas. Tragué saliva y miré a ver si el sacerdote me había oído, pero se había ido al otro lado de la estatua del dios. “Por esa razón estaba yo allí. Fue una estupidez vendérselo a ella, pero creí que nadie más lo querría, sobre todo si no funcionaba bien. No sé qué te habrá dicho ella, y supongo que es mi palabra contra la suya, pero lo siento si te mintió para hacerte venir aquí. Hace cosas como esa muy a menudo.”
Era la primera vez que decía en voz alta que Tonni mentía. En el mundo académico aprendí rápidamente que lo que importaba de verdad allí era si la gente estaba dispuesta a creer en varios niveles de pruebas, por lo que conceptos como mentir se volvían borrosos. ¿Podía demostrar que Tonni había hecho algo malo y que después intentó culparme a mí por ello? ¿Que lo hizo adrede y con malicia? ¿Me creería la gente que no tiene razones para pensar mal de ella? Se le daba muy bien salir airosa de situaciones a base de convencer a la gente. A mí ni siquiera se me daba bien hablar.
Para mi sorpresa, la norn soltó lentamente mi muñeca. Se inclinó hacia atrás y su postura cambió de agresiva a relajada, como si las dos realmente estuviéramos teniendo una conversación informal. “Tiene pinta de una amistad arruinada”, dijo con una voz que resultaba hasta amable. Como si lo comprendiera.
No me gustaba. “No exactamente. Si no te importa, preferiría no hablar de ello. Ella suele enterarse de las cosas, sobre todo a través de la gente que trabaja para ella.” Salté de la cornisa hacia la calle, medio esperando que ella volviera a intentar atraparme.
“¿Quién dice que yo trabaje para Tonni? La estoy buscando.”
La adrenalina empezó a remitir, lo que me dejó enfadada y susceptible. “Entonces, ¿por qué me has asustado así? ¿Qué está pasando?”
“El dispositivo que le vendiste. Debe de tener más o menos el tamaño de tu puño, ¿verdad?”
“Sí.”
“¿Quién te lo dio?”
“Yo.” Pestañeé. Empecé a pensar que me había metido en algo que me superaba por completo. “Quiero decir, no me lo dio nadie. Yo lo inventé. No era más que un trasto cutre que fabriqué para conseguir financiación de una sociedad, nada más.”
“¿Y qué es lo que hace?”
“Supuestamente, analiza el ganado y predice su esperanza de vida.”

Se cruzó de brazos y se frotó el puente de su nariz. “Plumas de cuervo…”, murmuró. Casi me sentí mal por ella, pero luego recordé cómo me miró por primera vez: como una arruga a la que había que pasar la plancha.
“Me preocupaba más Momo que otra cosa”, le dije. “Así que no sé qué pasó con Tonni después de que se llevara el dispositivo. Lo siento.”
“¿Momo?”
“Mi moa mascota.”
La norn se arrodilló ante mí. Me pilló desprevenida. La gente más grande que yo casi nunca hacía eso. “O eres muy buena actriz”, dijo mirándome a los ojos, “o te debo una disculpa.”
Me froté la muñeca. “Me conformo con una explicación.”
“Me llamo Alfhildr.” Me sonrió, pero parecía una sonrisa forzada. “Y antes de explicarte nada, me gustaría ver a Momo.”
Me saltaron todas las alarmas. “¿Por qué?”
“Porque creo poder decirte por qué tu dispositivo no funcionó bien. Y porque ahora mismo, tu mascota y tú sois mi única pista.”